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En el mundo grande y a veces pequeño para muchas cosas, la maldad tiene un lugar asignado aún. La maldad tiene su origen en el egoísmo y la soberbia. Todo lo que de alli se desprenda es nefasto y malicioso, aunque pueda estar teñido de otras cosas o justificaciones privativas y elocuentes de acuerdo a quien se resguarde en autodefensa personal, es maldad en su extensión. "No resistas el mal", dijo Jesús, con ello nos dejó una lección ante las situaciones malas de la vida. Hay quienes se juegan la vida peleando contra fuerzas maliciosas y devuelven los golpes recibidos tal como le fueron dado, así pasan el tiempo siendo de tal manera igual a aquello contra lo que pelean. Se da una relación simétrica entre el enemigo y el enemistado, están iguales y no son, uno más que el otro. Es que en esos momentos en que la pasión se enreda con la razón no puede verse claramente la situación, pues todo está oculto entre las sombras de sentimientos negativos que rondan la mente y el corazón. Allí se encuentra el alma perdida y dolorida por la maldad a la que no deja pasar. Se ha establecido una pelea dura y finalmente nadie ganará, porque el mal no construye nada ni permite la entrada de luz, el mal es en sí mismo un depredador. Comienza depredando el interior del alma y corroe los sentidos que dejan de percibir la sensación de paz y benignidad, de a poco se mete en los rincones más privados hasta que todo el ser se entrega a la maldad. En todos los destinos existirán momentos de prueba y valor ante la adversidad, creerse supremos ante hechos imponderables es en cierta medida cometer el primer error que podría llevarnos a caer en situaciones difíciles luego de superar. Si consideramos que un don traído del cielo nos guía y nos protege, estamos, en alguna medida dejando que el mal pase y nos haga el menor daño posible. Ese don es la inocencia del alma, la creencia y la fe. Aún en épocas de brillante esplendor intelectual, ellas funcionan a la perfección. Algunas cosas debemos tener en cuenta ante momentos que requieren razón: 1) Para que el bien llegue a tu vida, no te comprometas con quienes no lo promueven. 2) Sé fuerte en tu interior y observa siempre buena educación. 3) Cualquier trato con situaciones maliciosas o personas que decididamente están en el error, debes evitar. 4) Observa tu corazón y tu alma, trata de conocer y fundamentar tus aspiraciones en la vida, no seas autoindulgente y no te compadezcas tanto, pues de seguro hay defectos que deberías erradicar. 5) Ante la maldad no hagas alarde de aquello que te protege ni muestres todo lo que puedas hacer para contrarrestarla, pues lo único que ganarías será darle al adversario razones lógicas con las que seguramente te podrá superar. 6) No te enfrentes al mal directamente, golpeando el nudo para cortarlo por la mitad. Quien es inteligente lo desata con paciencia, destreza y habilidad cuando sea ocasión de actuar. 7) Cuando no hay un enemigo contra quien pelear, las fuerzas negativas se retiran solas. Si no eres enemigo del enemigo, no hay maldad que se deba mostrar. Así perderán por sí solas las fuerzas ocultas, que en última instancia se destruyen a sí mismas. Sé cauto/a en todas las cosas y conserva el valor ante la adversidad, no te asustes ni te inquietes ante lo que se pueda desatar, si una tormenta se avecina busca en tu alma las herramientas de tu virtud y protégete ante los huracanes agachándote y cobijándote, déjalo pasar. Cuando la hora del mal haya llegado, será la fortaleza de tu carácter que te podrá salvar, piensa antes de obrar, mantén alerta la razón y ármate de valor que sereno en vallas de contención será admirable ante quienes te pudieran enfrentar, cuando eso suceda, llegarás con paz en tu alma al destino grande que te has propuesto llegar. |
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